jueves, 24 de diciembre de 2009


CARTA DE PRESENTACIÓN
DEL MANIFIESTO EPISCOPAL

21 de noviembre de 1983


Muy Santo Padre:

Que Su Santidad nos permita someterle las siguientes reflexiones con una franqueza muy filial.
La situación de la Iglesia es tal, desde hace veinte años, que aparece como una ciudad ocupada.

Millares de miembros del clero y millones de fieles viven en la angustia y la perplejidad, debido a la “autodestrucción de la Iglesia”.

Los errores contenidos en los documentos del Concilio Vaticano II, las reformas post conciliares, especialmente la Reforma litúrgica, las falsas concepciones difundidas por documentos oficiales, los abusos de poder realizados por la jerarquía, los sumen en el desorden y el desasosiego.

En estas circunstancias dolorosas, muchos pierden la fe, la caridad se enfría, el concepto de la verdadera unidad de la Iglesia desaparece en el tiempo y en el espacio.

En nuestra calidad de Obispos de la Santa Iglesia Católica, sucesores de los Apóstoles, nuestros corazones se desconciertan a la vista de tantas almas, en todo el mundo, desorientadas y con todo deseosas de permanecer en la fe y la moral que han sido definidas por el Magisterio de la Iglesia y que por ella se enseñaron de una manera constante y universal.

Callarnos en estas circunstancias nos parecería convertirnos en cómplices de estas malas obras (2 Jn 11).

Esta es la razón por la que, considerando que todas las gestiones que hicimos en privado desde hace quince años siguen siendo inútiles, nos vemos obligados a intervenir públicamente ante Su Santidad, con el fin de denunciar las causas principales de esta situación dramática y suplicarle usar de su poder de Sucesor de Pedro “para confirmar a sus hermanos en la fe” (Lucas 22, 32) que nos ha sido fielmente transmitida por la Tradición apostólica.

A tal efecto nos permitimos adjuntar a esta carta un Anexo que contiene los errores principales, que son la causa de esta situación trágica y que, por otra parte, ya han sido condenados por sus antecesores.

La lista que sigue da los enunciados, pero no es exhaustiva:

I. Una concepción “latitudinarista” y ecuménica de la Iglesia, dividida en su Fe, condenada particularmente por el Syllabus, nº 18 (DS 2918).

II. Un Gobierno colegial y una orientación democrática de la Iglesia, condenada especialmente por el Concilio Vaticano I (DS 3055).

III. Una falsa concepción de los derechos naturales del hombre que aparece claramente en el documento de la Libertad Religiosa, condenada especialmente por Quanta cura (Pío IX) y Libertas praestantissimum (León XIII).

IV. Una concepción errónea del poder del Papa (DS 3115).

V. La concepción protestante del Santo Sacrificio de la Misa y de los Sacramentos, condenada por el Concilio de Trento (sess. XXII).

VI. Por fin, de manera general, la libre difusión de las herejías, caracterizada por la supresión del Santo Oficio.

Los documentos que contienen estos errores causan un malestar y un desasosiego, tanto más profundos cuanto que provienen de una fuente más elevada. Los clérigos y los fieles más conmovidos por esta situación son, por otra parte, los más unidos a la Iglesia, a la autoridad del Sucesor de Pedro, al Magisterio tradicional de la Iglesia.

Muy Santo Padre, es urgente que este malestar desaparezca, ya que el rebaño se dispersa y las ovejas abandonadas siguen a los mercenarios. Le conjuramos, por el bien de la fe católica y la salvación de las almas, reafirmar las verdades contrarias a estos errores, verdades que han sido enseñadas durante veinte siglos por la Santa Iglesia.

Es con los sentimientos de San Pablo frente a San Pedro cuando le acusaba de no seguir “la verdad del Evangelio” (Gálatas 2, 11-14) que nos dirigimos a Vos. Nuestro objetivo es solamente proteger la fe de los fieles.

San Roberto Bellarmino, expresando a este respecto un principio de moral general, afirma que se debe resistir al Pontífice cuya acción sería nociva a la salvación de las almas (De Rom. Pon. 1. 2, c. 29).

Es pues con el fin de ayudar a Su Santidad que lanzamos este grito de alarma, vuelto más vehemente aún por los errores del Nuevo Derecho Canónico, por no decir las herejías, y por las ceremonias y los discursos del quinto centenario del nacimiento de Lutero. Verdaderamente, la medida está llena.

Que Dios venga en vuestra ayuda, muy Santo Padre, rogamos sin cesar, a Vuestra intención, a la Bienaventurada Virgen María.

Dígnese aceptar nuestros sentimientos de dedicación filial.


Río de Janeiro, 21 de noviembre de 1983,
Fiesta de la Presentación de la Santísima Virgen.



Marcel Lefebvre, antiguo Arzobispo-Obispo de Tulle.
Antonio de Castro Mayer, Obispo de Campos.

martes, 8 de diciembre de 2009


MONSEÑOR LEFEBVRE
Y EL FIN DE LOS TIEMPOS


ROMA ESTÁ EN TINIEBLAS
Homilía del 29 de junio de 1987


El liberalismo se convirtió en el ídolo de nuestro tiempo moderno, un ídolo que ahora se adora en la mayoría de los países del mundo, incluso en los países católicos.

Es esta libertad del hombre frente a Dios, que desafía a Dios, que quiere hacer su propia religión, de los derechos humanos sus propios mandamientos, con sus asociaciones laicas, con sus Estados laicos, con una enseñanza laica, sin Dios, he aquí el liberalismo.

¿Cómo es posible que las autoridades romanas fomenten y profesen este liberalismo en la declaración de Vaticano II sobre la Libertad Religiosa? Porque no se trata de otra cosa, lo cual, que a mi juicio, es muy grave.

Roma está en tinieblas, en las tinieblas del error. Nos es imposible negarlo.

¿Cómo pueden soportar nuestros ojos de católicos, y con mayor razón nuestros ojos de sacerdotes ese espectáculo que se pudo ver en Asís, en la iglesia San Pedro que se dio a los budistas para celebrasen su culto pagano? ¿Es concebible verlos hacer su ceremonia pagana delante del tabernáculo de Nuestro Señor Jesucristo, vacío sin duda, pero coronado por su ídolo, por Buda, y eso en una Iglesia Católica, una iglesia de Nuestro Señor Jesucristo?

Son hechos que hablan por ellos mismos. Nos es imposible concebir un error más grave.

¿Cómo pudo realizarse esto? Dejemos la respuesta al Buen Dios. Es Él quien guía todas las cosas. Es Nuestro Señor Jesucristo el Señor de los acontecimientos.

Es Él quien conoce el futuro de esta influencia de los errores sobre Roma y sobre las más Altas Autoridades, desde el Papa y los Cardenales pasando por todos los obispos del mundo. Ya que todos los obispos del mundo siguen las falsas ideas del Concilio sobre el ecumenismo y el liberalismo.

¡Solo Dios sabe dónde eso va a terminar!

Pero, para nosotros, si queremos seguir siendo católicos y si queremos seguir la Iglesia, nosotros tenemos deberes imprescriptibles. Tenemos graves deberes, que nos obligan en primer lugar a multiplicar los sacerdotes que creen en Nuestro Señor Jesucristo, en su Realeza, en su Realeza social, según la doctrina de la Iglesia.


No es un combate humano.

Estamos en la lucha con Satanás.

Es un combate que pide todas las fuerzas sobrenaturales de las que tenemos necesidad para luchar contra el que quiere destruir la Iglesia radicalmente, que quiere la destrucción de la obra de Nuestro Señor Jesucristo.

Lo quiso desde que Nuestro Señor nació y él quiere seguir suprimiendo, destruir su Cuerpo Místico, destruir su Reino, y a todas sus instituciones, cualquiera que fueran.

Debemos ser conscientes de este combate dramático, apocalíptico en el cual vivimos y no minimizarlo.

En la medida en que lo minimizamos, nuestro ardor para el combate disminuye.

Nos volvemos más débiles y no nos atrevemos a declarar más la Verdad. No nos atrevemos a declarar más el reino social de Nuestro Señor porque eso suena mal a los oídos del mundo laico y ateo.

Decir que Nuestro Señor Jesucristo debe reinar en las sociedades parece al mundo una locura. Se nos toma para atrasados, retrasados, solidificados en la Edad Media. Todo eso pertenece al pasado. Hay que terminar con esto. Es un tiempo pasado. No es ya tiempo de que Nuestro Señor Jesucristo pueda reinar en las Sociedades.

Podríamos, quizá, padecer un poco la tendencia a tener miedo de esta opinión pública que está contra nosotros, porque nosotros, afirmamos la Realeza de Nuestro Señor.

No nos asombremos, pues, de que las manifestaciones que pudiésemos realizar en favor de la Realeza social de Nuestro Señor suscite ante nosotros un ejército dirigido por Satanás para impedir crecer nuestra influencia, destruirla incluso.

La apostasía anunciada por la Escritura llega. La llegada del Anticristo se acerca. Es de una evidente claridad. Ante esta situación totalmente excepcional, debemos tomar medidas excepcionales


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TIEMPO DE TINIEBLAS
Octubre de 1987


Hemos llegado, yo pienso, al tiempo de las tinieblas.

Debemos releer la segunda epístola de San Pablo a los tesalonicenses, que nos anuncia y nos describe, sin indicación de duración, la llegada de la apostasía y de una cierta destrucción:

“…Que nadie os engañe de ninguna manera. Primero tiene que venir la apostasía y manifestarse el Hombre impío, el Hijo de perdición, el Adversario que se eleva sobre todo lo que lleva el nombre de Dios o es objeto de adoración, hasta el extremo de sentarse él mismo en el Santuario de Dios y proclamar que él mismo es Dios… Porque el misterio de la iniquidad ya está actuando. Tan sólo con que sea quitado de en medio el que ahora le retiene. Entonces se manifestará el Impío, a quien el Señor destruirá con el soplo de su boca, y aniquilará con la Manifestación de su Venida” (2: 1-8).

Es necesario que un obstáculo desparezca. Los Padres de la Iglesia han pensado que el obstáculo era el imperio romano. Ahora bien, el imperio romano ha sido disuelto y el Anticristo no ha venido.

No se trata, pues, del poder temporal de Roma, sino del poder romano espiritual, el que ha sucedido al poder romano temporal.

Para Santo Tomás de Aquino se trata del poder romano espiritual, que no es otro que el poder del Papa.

Yo pienso que verdaderamente vivimos el tiempo de la preparación a la venida del Anticristo. Es la apostasía, es el desmoronamiento de Nuestro Señor Jesucristo, la nivelación de la Iglesia en igualdad con las falsas religiones.

La Iglesia no es más la Esposa de Cristo, que es el único Dios.

Por el momento, es una apostasía más material que formal, más visible en los hechos que en la proclamación. No puede decirse que el Papa es apóstata, que ha renegado oficialmente de Nuestro Señor Jesucristo; pero en la practica, se trata de una apostasía.


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LAS DOS BESTIAS - DOS CONGRESOS
Homilía del 19 de noviembre de 1989


Ahora os diré algunas palabras sobre la situación internacional. Me parece que tenemos que reflexionar y sacar una conclusión ante los acontecimientos que vivimos actualmente, que tienen bastante de apocalípticos.

Es algo sorprendente esos movimientos que no siempre comprendemos bien; esas cosas extraordinarias que suceden detrás, y ahora a través, de la cortina de acero.

No debemos olvidar, con ocasión de estos acontecimientos las previsiones que han hecho las sectas masónicas y que han sido publicadas por el Papa Pío IX. Ellas hacen alusión a un gobierno mundial y al sometimiento de Roma a los ideales masónicos; esto hace ya más de cien años.

No debemos olvidar tampoco las profecías de la Santísima Virgen. Ella nos ha advertido. Si Rusia no se convierte, si el mundo no se convierte, si no reza ni hace penitencia, el comunismo invadirá el mundo.

¿Qué quiere decir ésto? Sabemos muy bien que el objetivo de las sectas masónicas es la creación un gobierno mundial con los ideales masónicos, es decir los derechos del hombre, la igualdad, la fraternidad y la libertad, comprendidas en un sentido anticristiano, contra Nuestro Señor.

Esos ideales serían defendidos por un gobierno mundial que establecería una especie de socialismo para uso de todos los países y, a continuación, un congreso de las religiones, que las abarcaría a todas, incluida la católica, y que estaría al servicio del gobierno mundial, como los ortodoxos rusos están al servicio del gobierno de los Soviets.

Habría dos congresos: el político universal, que dirigiría el mundo; y el congreso de las religiones, que iría en socorro de este gobierno mundial, y que estaría, evidentemente, a sueldo de este gobierno.

Corremos el riesgo de ver llegar estas cosas. Debemos siempre prepararnos para ello.

miércoles, 2 de diciembre de 2009


PROFESIÓN DE FE CATÓLICA

Anexo a la Carta de Monseñor Marcel Lefebvre
al Cardenal Seper, Roma,
26 de febrero de 1978



Profesamos la fe católica íntegra y completamente, tal como ella ha sido profesada y transmitida fielmente y exactamente por la Iglesia, los Soberano Pontífice, los Concilios, en su perfecta continuidad y homogeneidad, sin excluir un solo artículo, especialmente en lo que se refiere a los privilegios del Soberano Pontífice, tal como han sido definidos en el Concilio Vaticano I.

Así mismo, rechazamos y anatematizamos todo lo que ha sido rechazado y anatematizado por la Iglesia, en particular por el Santo Concilio de Trento.

Condenamos, con todos los Papas del siglo XIX y del siglo XX, el liberalismo, el naturalismo, el racionalismo bajo todas sus formas, como los Papas los condenaron.

Rechazamos con ellos todas las consecuencias de estos errores que se llaman “las libertades modernas”, “el nuevo derecho”, como ellos las rechazaron.

Es en la medida en que los textos del Concilio Vaticano II y las Reformas posconciliares se oponen a la doctrina expuesta por estos Papas y dejan libre curso a los errores que ellos condenaron, que nos sentimos, en conciencia, obligados hacer graves reservas sobre estos textos y estas Reformas.

sábado, 21 de noviembre de 2009

Declaración


PÁGINAS CÉLEBRES DE
MONSEÑOR MARCEL LEFEBVRE

No soy nada más que un obispo de la Iglesia Católica que continúa transmitiendo la doctrina. TRADIDI QUOD ET ACCEPI.

Pienso, y sin duda no tardará, que se podrán grabar sobre mi tumba estas palabras de San Pablo: TRADIDI QUOD ET ACCEPI, “Os he transmitido lo que recibí”, sencillamente.

Soy el cartero que lleva una carta. No soy yo quien ha escrito esta carta, este mensaje, esta palabra de Dios; es Él, Nuestro Señor Jesucristo.

Y lo hemos transmitido, mediante estos queridos sacerdotes aquí presentes y mediante todos aquellos que creyeron un deber el resistir a esta ola de apostasía en la Iglesia, guardando la fe de siempre y transmitiéndola a los fieles.

No somos nada más que los portadores de esta noticia, de este Evangelio que Nuestro Señor Jesucristo nos ha dado, así como los medios para santificarnos: la Santa Misa, la verdadera Santa Misa, los verdaderos sacramentos que dan realmente la vida espiritual.

Me parece oír, mis queridos hermanos, las voces de todos estos Papas, desde Gregorio XVI, Pío IX, León XIII, San Pío X, Benedicto XV, Pío XI y Pío XII, decirnos: “Por caridad, por piedad, ¿qué vais a hacer de nuestras enseñanzas, de nuestra predicación, de la fe católica? ¿Vais a abandonarla? ¿Vais a dejar que desaparezca de este mundo? Por caridad, por piedad, seguid guardando este tesoro que os hemos dado. ¡No abandonéis a los fieles, no abandonéis a la Iglesia! ¡Seguid trabajando por la Iglesia! A fin de cuentas, desde el Concilio, lo que hemos condenado es lo que las autoridades romanas adoptan y profesan. ¿Cómo es posible esto? Hemos condenado el liberalismo, el comunismo, el socialismo, el modernismo, Le Sillon. Todos estos errores que hemos condenado, resulta que ahora son profesados, adoptados, sostenidos por las autoridades de la Iglesia. ¿Es posible esto? Si no hacéis algo para continuar esta tradición de la Iglesia que os hemos dado, desaparecerá todo. La Iglesia desaparecerá. Todas las almas se perderán”.

Nos encontramos ante un caso de necesidad. Lo hemos hecho todo intentando que Roma comprenda que es necesario volver a esta actitud del venerado Pío XII y todos sus predecesores. Hemos escrito, hemos ido a Roma, hemos hablado. Monseñor de Castro Mayer y yo hemos enviado cartas varias veces a Roma. Hemos intentado mediante estas conversaciones, por todos los medios, conseguir que Roma comprenda que desde el Concilio, este aggiornamento, este cambio que se ha producido en la Iglesia no es católico ni conforme a su doctrina de siempre.

Este ecumenismo y todos estos errores, esta colegialidad, son contrarios a la fe de la Iglesia y están a punto de destruirla.

Por eso estamos convencidos que al hacer esta consagración episcopal obedecemos a la llamada de estos Papas y por consiguiente a la llamada de Dios, ya que ellos representan a Nuestro Señor Jesucristo en la Iglesia.

(Monseñor Marcel Lefebvre,
sermón de las consagraciones episcopales,
30 de junio de 1988)


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DECLARACIÓN DE
MONSEÑOR MARCEL LEFEBVRE

Nos adherimos de todo corazón, con toda nuestra alma, a la Roma católica guardiana de la fe católica y de las tradiciones necesarias al mantenimiento de esa fe, a la Roma eterna, maestra de sabiduría y de verdad.

Por el contrario, nos negamos y nos hemos negado siempre a seguir la Roma de tendencia neomodernista y neoprotestante que se manifestó claramente en el Concilio Vaticano II y después del Concilio en todas las reformas que de éste salieron.

Todas esas reformas, en efecto, contribuyeron y contribuyen todavía a la demolición de la Iglesia, a la ruina del Sacerdocio, al aniquilamiento del Sacrificio y de los Sacramentos, a la desaparición de la vida religiosa, a una enseñanza naturalista y teilhardiana en las universidades, los seminarios, la catequesis, enseñanza nacida del liberalismo y del protestantismo, condenada repetidas veces por el magisterio solemne de la Iglesia.

Ninguna autoridad, ni siquiera la más elevada en la Jerarquía, puede constreñirnos a abandonar o a disminuir nuestra fe católica claramente expresada y profesada por el magisterio de la Iglesia desde hace diecinueve siglos.

“Si llegara a suceder, dice san Pablo, que nosotros mismos o un ángel venido del cielo os enseñara otra cosa distinta de lo que yo os he enseñado, que sea anatema” (Gál. 1, 8).

¿No es esto acaso lo que nos repite el Santo Padre hoy? Y si una cierta contradicción se manifestara en sus palabras y en sus actos así como en los actos de los dicasterios, entonces elegimos lo que siempre ha sido enseñado y hacemos oídos sordos a las novedades destructoras de la Iglesia.

No es posible modificar profundamente la “lex orandi” sin modificar la “lex credendi”.

A la misa nueva corresponde catecismo nuevo, sacerdocio nuevo, seminarios nuevos, universidades nuevas, Iglesia carismática, pentecostal, todas cosas opuestas a la ortodoxia y al magisterio de siempre.

Habiendo esta Reforma nacido del liberalismo, del modernismo, está totalmente envenenada; sale de la herejía y desemboca en la herejía, incluso si todos sus actos no son formalmente heréticos.

Es pues imposible a todo católico consciente y fiel adoptar esta Reforma y someterse a ella de cualquier manera que sea.

La única actitud de fidelidad a la Iglesia y a la doctrina católica, para nuestra salvación, es el rechazo categórico de aceptar la Reforma.

Es por ello que, sin ninguna rebelión, ninguna amargura, ningún resentimiento, proseguimos nuestra obra de formación sacerdotal bajo la estrella del magisterio de siempre, persuadidos de que no podemos prestar un servicio más grande a la Santa Iglesia Católica, al Soberano Pontífice y a las generaciones futuras.

Es por ello que nos atenemos firmemente a todo lo que ha sido creído y practicado respecto de la fe, las costumbres, el culto, la enseñanza del catecismo, la formación del sacerdote, la institución de la Iglesia, por la Iglesia de siempre y codificado en los libros editados antes de la influencia modernista del Concilio, esperando que la verdadera luz de la Tradición disipe las tinieblas que oscurecen el cielo de la Roma eterna.

Y haciendo esto, con la gracia de Dios, el auxilio de la Virgen María, de San José, de San Pío X, estamos convencidos de mantenernos fieles a la Iglesia Católica y Romana, a todos los sucesores de Pedro, y de ser los “fideles dispensatores mysteriorum Domini Nostri Jesu Christi in Spiritu Sancto”. Amén.

Ecône, 21 de noviembre de 1974